Una pareja innovadora que marca un camino verde

La siembra directa y los cultivos transgénicos, dos tecnologías que permitieron reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, cuidar el agua y el suelo.

Argentina tiene 31 millones de hectáreas cultivables y debido a su extensión, el país puede producir desde frutas tropicales, cereales y oleaginosas, hasta frutas finas y especialidades como el maíz pisingallo. Es bien sabido que los productores argentinos, en general, son propensos a adoptar nuevas tecnologías agrícolas y así lo demuestra la velocidad con la que la siembra directa y los cultivos transgénicos desembarcaron en nuestra agricultura. Ambas tecnologías han permitido ahorrar 265 millones de litros de gasoil y por lo tanto dejar de emitir al ambiente 709 millones de Kg de CO2. Para darnos una mejor idea de este impacto podemos hacer la analogía con retirar 440 mil autos de nuestras calles y rutas por un año.



El desafío de mejorar cultivos para usar menos insumos

Para producir más usando la misma cantidad de tierra y menos agua e insumos se necesitan variedades vegetales mejoradas para tal fin. En este sentido, las innovaciones relacionadas con el fitomejoramiento son clave. El desarrollo de marcadores moleculares que permitan escoger las mejores plantas en etapas tempranas o el uso de ingeniería genética para la introducción de genes de interés son herramientas usadas por los programas de fitomejoramiento actuales.

Uno de los objetivos de esos programas es el desarrollo de variedades que puedan protegerse de plagas y enfermedades. Variedades de maíz, soja, algodón y berenjena a las que se les han incorporado genes de la bacteria Bacillus thuringiensis (genes Bt) son cultivadas en todo el mundo para protegerse de orugas plaga que disminuyen los rendimientos y la calidad de las cosechas. Estas variedades “autoprotegidas” requieren menos aplicaciones de insecticidas.

Por otro lado, las variedades transgénicas tolerantes a herbicidas cultivadas en siembra directa son un pilar de la agricultura sustentable desde finales del siglo pasado. La siembra directa es un sistema integral para la producción de granos que evolucionó hacia la implantación del cultivo sin remoción de suelo y con una cobertura permanente del mismo con material vegetal (residuos de cosecha). Esto ha cuidado nuestros suelos agrícolas, incrementado la materia orgánica, mejorado las propiedades químico-biológicas y la porosidad, dando como resultado un uso más eficiente del agua (de lluvia o riego) y una menor erosión.


Innovación en maquinaria agrícola

El sistema de siembra directa debe ir acompañado con el desarrollo de la maquinaria agrícola adecuada. En nuestro país, la adopción de la siembra directa estimuló el ingenio de la industria para desarrollar maquinaria no solo para nuestro país sino también para exportar. Así lo atestiguan las numerosas patentes concedidas a innovadores argentinos.

 


¿Sabías que…?

- El uso de algodón Bt en Argentina redujo, desde 1998 hasta 2015, el índice de impacto ambiental[1] en un 26% porque dejó de usar 1,3 millones de kg de insecticidas. A esto se le agrega el ahorro de CO2 que sería emitido por la maquinaria aplicador
- Argentina es líder mundial en adopción de siembra directa. Cerca del 90% del área de cultivo usa esta técnica
- La siembra directa asociada a variedades tolerantes a herbicidas permite obtener 25-40% más de rendimiento con la misma cantidad de lluvia, reduciendo en un 40% el uso de combustibles fósiles
- En Argentina, con la siembra directa se ganan hasta 100 milímetros de agua útil por año. De acuerdo con la eficiencia de uso del agua de cada cultivo, representan un incremento de producción de 1.700 Kg/ha de maíz, 1.400 Kg/ha de sorgo y 800 Kg/ha de trigo
- Argentina exporta agropartes, conocimiento (“know how”) y maquinaria agrícola a 32 países.


 

Un futuro verde es posible con el cuidado del suelo, el agua y produciendo alimentos, fibras y combustibles de manera sustentable. La innovación nos marca el camino.

 

[1] Está determinado por una complicada fórmula y fue establecido para medir el impacto de los productos fitosanitarios (herbicidas, insecticidas, fungicidas) en el ambiente y la salud.