La fruta que recibió su nombre en honor a un traje

Como pasa con todos los cítricos, la mandarina proviene de Asia y su nombre se debe al color anaranjado brillante de los trajes que usaban los mandarines, altos mandatarios de la antigua China. Se introdujo en Europa recién en el siglo XIX y de allí llegó a nuestras costas para quedarse.


Las mandarinas se dividen en cuatro grupos del que derivan todas las variedades que consumimos en la actualidad. Estos grupos son:

- Derivan de un cruzamiento entre la mandarina y una naranja silvestre de Argelia. Se pelan con facilidad, tienen pocas o ninguna semilla, son jugosas, de agradable sabor y color naranja intenso. Las mandarinas “Satsuma” son de origen japonés. Su fruto es de buen tamaño, redondeado y achatado. Casi no tiene semillas. Su cáscara es naranja brillante y puede pelarse fácilmente. Su sabor es poco dulce y ácido (ver: De Argelia para el mundo).

- Híbridos. Tienen frutos de buen tamaño y color naranja rojizo muy atractivo. La pulpa posee gran cantidad de jugo y es abundante en azúcares. La corteza está muy adherida a la pulpa.

- Mandarinas comunes. Tienen su origen en el mediterráneo y se cultivan, en muchos casos, en forma familiar. Su fruto es jugoso y de sabor agradable, redondeado y aplanado. De color naranja amarillento. Tienen gran cantidad de semillas y no se pueden conservar por mucho tiempo, por lo que su comercio mundial es escaso, aunque tiene mucha presencia en comercios locales. 

- Satsuma. Son de origen japonés. Su fruto es redondeado, achatado y muy aromático. Casi no tiene semillas. Su cáscara es naranja brillante y puede pelarse fácilmente. Su sabor es más ácido que el de otros grupos.

 


De Argelia para el mundo

En un pueblito de Argelia, a fines del siglo XIX, el padre Clement Rodier, un religioso francés, trabajaba con cítricos en el huerto de un orfanato. Hizo algunos injertos entre un árbol de un cítrico que había crecido espontáneamente entre unos arbustos y una mandarina. Estos injertos dieron frutos diferentes, muy sabrosos y apreciados por todos y fueron el origen de las mandarinas Clementinas, cuyo nombre hace honor al padre Clement. Una variedad de Clementina muy difundida en España también surgió por “casualidad”. Es que, en el año 1953, en el pueblo de Nules (Castellón, España), un mandarino clementino tuvo una mutación espontánea y de allí nacieron las Clemenules (Cleme por clementina y nules por su pueblo de origen), nombrada por muchos como “la reina de las mandarinas”. Su sabor delicioso, su color naranja brillante y su aroma intenso la hacen merecedora de este “apodo”.

En nuestro país la producción de mandarinas se concentra en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Buenos Aires alcanzando en total unas 36.000 hectáreas. A esos productores les interesan plantas que produzcan mucho y por más tiempo, que tengan una forma que facilite la cosecha, que se enfermen poco, que todas las mandarinas tengan el mismo tamaño y color para estandarizar la producción, que la fruta no se pudra rápido después de ser cosechada y que llegue al mercado fresca y apetitosa, entre otras características.



Mejorar el sabor, color, la facilidad de separar los gajos sin que se rompan y nos mojen las manos con su jugo o la disminución del número de semillas implica una tarea de mejoramiento que nos pasa inadvertida a la mayoría de los consumidores que creemos que la fruta es ¨naturalmente¨ así. Los esfuerzos por lograr variedades que se ajusten a todos los requisitos antes mencionados son llevados a cabo por múltiples instituciones y empresas del sector. También, a menor escala, por viveristas y productores de distintos lugares del mundo. Los primeros programas de selección de cítricos comenzaron a finales del 1800 en Italia y Florida, luego de que las plantaciones fueran destruidas por la infección con un microorganismo patógeno, Phytophtora Sp, en el primer caso y después de graves daños a las plantaciones por heladas, en el segundo.

Los fitomejoradores de los programas de desarrollo de variedades son los especialistas encargados de crear tipos de plantas cada vez más aptas para satisfacer las necesidades de los consumidores y los productores. Ellos necesitan encontrar, cruzar, seleccionar, evaluar y multiplicar los ejemplares que tienen la combinación de genes para lograr las características deseadas, de acuerdo con los objetivos que se propusieron. Muchos de estos rasgos surgen espontáneamente en las poblaciones por mutaciones naturales. En otros casos, se busca producirlas en forma artificial a través de agentes químicos o de irradiación de las yemas de las plantas mediante rayos X, gamma o radiaciones ultravioleta. Una herramienta adicional que posibilita aumentar la eficacia de los programas de mejoramiento es la utilización de marcadores moleculares, que permiten identificar genes y asociarlos con las características buscadas.

Mandarina sin semillas

Si te gusta comer mandarina, pero no te agrada andar mordiendo o escupiendo las semillas, ¡dale gracias a las mutaciones! En la Universidad de California crearon una nueva variedad sin semillas, a través de la irradiación, con rayos gamma, de yemas para injertos (ver: Ya lo decía Aristóteles…) de una mandarina de la variedad Murcott (muy sabrosa, pero con bastante semilla). De allí, seleccionaron una mutación que reduce la germinación del tubo polínico, lo cual redunda en una baja o nula producción de semillas. Se obtuvieron también en instituciones de China variedades sin semillas a través de métodos similares a los usados en California.


Ya lo decía Aristóteles…

Los griegos, aquellos aficionados a inventar palabras, comenzaron a hacer injertos hace más de dos mil años. Tan importante era esta técnica que es mencionada en los escritos de Aristóteles y sus discípulos, quienes fueron los primeros filósofos de la ciencia. La misma consiste en utilizar una variedad bien adaptada a las condiciones de suelo y enfermedades, por ejemplo, como “pie o portainjerto” (aportante de la raíz) e incorporarle yemas (injerto propiamente dicho) de otra variedad con características de interés comercial como sabor, color, etc.

En el caso de los cítricos, un pie de uso común para los injertos es la mandarina Cleopatra debido a su buena adaptación a suelos calizos y tolerante a diversas enfermedades causadas por virus y viroides como tristeza de los cítricos, exocortis, psorosis y xiloporosis.


 

Recientemente, se han realizado importantes aportes científicos que prometen un enorme impacto en el área del mejoramiento de las mandarinas. Un equipo internacional de científicos liderado por investigadores del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA) y del Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF), de Valencia (España), ha realizado trabajos de genómica en mandarinas y otros cítricos y ha logrado obtener el primer árbol genealógico de esta familia de frutas, cuyo origen data de alrededor de 8 millones de años. Así, los científicos han dado luz sobre su origen y su historia evolutiva. Han visto que la mayoría de las variedades comestibles de cítricos derivan de unas pocas especies básicas. El conocimiento del genoma de las mandarinas abre nuevas fronteras en el proceso de mejora de esta especie. Conocer la función de los genes permite utilizarlos para lograr variedades mejoradas y otorga nuevas herramientas para el trabajo de los fitomejoradores.